lunes, 17 de agosto de 2009

Qué Salones los de aquellos años, por Eduardo Serradilla

Como primera reacción a nuestro artículo sobre los tres años y medio largos sin Salón del Cómic de Santa Cruz de Tenerife, el amigo Eduardo Serradilla, participante en el mismo entre 2002 y 2006 hace una larga reflexión sobre el asunto. Es larga, pero merece la pena.

QUÉ SALONES LOS DE AQUELLOS AÑOS

Empecé a trabajar en el Salón Internacional del Cómic de Santa Cruz de Tenerife de una forma un tanto rocambolesca. Literalmente, me bajaron de una escalera para proponerme trabajar.

En aquel momento me encontraba montando la última parada de lo que fueron las primeras jornadas de cine fantástico y cómic –Phantacom 2002- en las instalaciones de la Biblioteca Insular de la plaza de Hurtado Mendoza, en Las Palmas de Gran Canaria.
A poco menos de una semana de comenzar, el entonces director del Salón, Patricio García Ducha, me llamó para preguntarme si estaba interesado en participar en las actividades del evento comiquero tinerfeño. Yo, con cara de sorpresa, le agradecí que se acordara de mí, pero le comenté lo que estaba haciendo.

Inmune al desaliento, Patricio me mandó un fax, en el que se especificaba lo que quería de mi persona y lo que ofrecía. Tras unos minutos hablando del tema con el dibujante, guionista, organizador de eventos y amigo, Juan Pedro Rodríguez Marrero, decidí aceptar la oferta, aunque ello me supusiera tener que desmontar parte de lo que ya estaba preparado en la biblioteca. La verdad es que gracias a Juan Pedro pude ir, dado que fue él la persona que se hizo cargo de todo, durante la semana que yo permanecí fuera.

Al final, la experiencia no solamente valió la pena, sino que supuso el comienzo de una relación profesional y personal que duró cinco años y que todavía continua, aunque en otros eventos –tales como las jornadas del Cómic, organizadas por el ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria.

Tengo que admitir que aquel primer año me cogió con el paso cambiado, tanto por la atención recibida por parte de los organizadores como por la respuesta del público asistente. Acostumbrado a tener que lidiar con problemas y más problemas, durante mis experiencias en Las Palmas de Gran Canaria y no tener casi nada claro, trabajar en el Salón Internacional del Cómic de Santa Cruz de Tenerife fue algo para lo que no estaba del todo preparado.

Aquel evento, el cual cumplía diez años de vida, tenía un propósito y un fin claros, lejos del mercantilismo de otros eventos peninsulares y el populismo barato que algunos se empeñan en promocionar. La idea era la siguiente: dar a conocer el noveno arte, en cualquiera de sus facetas y de manera amena y sencilla. Además, la sala de arte La Recova se me antojó el mejor de los escenarios, aunque, con el paso de los años, tuve que admitir que problemas con el calor –húmedo y pegajoso, sobre todo durante el mes de agosto- no ayudaban a que los visitantes acudieran hasta sus instalaciones.

Por aquel entonces desconocía los problemas que se escondían en la tramoya del encuentro, pero la idea original siempre me pareció muy interesante y digna de apoyar.
También están las propias limitaciones del espacio y la sensación de que el evento debía abandonar aquel espacio o, por lo menos, expandirse en otros ámbitos, principalmente el universitario. Hubiera sido ideal poder alternar las actividades, tanto en Santa Cruz como en La Laguna, con el consiguiente cambio de fechas –algo que se intentó un año, con una respuesta más que positiva-.

En cuanto a la calidad de los autores invitados, en mi primer año coincidí con los dibujantes Juan Giménez, Werner Goelen “Griffo”, el colectivo La Penya y el tinerfeño Eduardo González. El nivel siempre fue bueno o muy bueno, teniendo en cuenta los problemas de fechas que tanto daño le acabaron haciendo al evento.

Y es que uno de los principales problemas a los que siempre se enfrentó el Salón Internacional del Cómic de Santa Cruz de Tenerife, por lo menos durante los años en los que yo trabajé, fue el baile de fechas. El disparate llegó durante la última edición celebrada, momento en el que, más que un salón de cómic nos vimos obligados a bailar “la Yenka” (recuerdan la canción ¡adelante, detrás! ¡Un, dos, tres!), dado que a los responsables les dio por cambiarnos la fecha de inauguración, no sé cuántas veces en tan solo un día. Este detalle, el cual parecía no importar a los verdaderos responsables del salón, el Organismo Autónomo de Cultura del ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, se mostró incompatible cuando se quiso empezar a traer autores extranjeros, principalmente anglosajones.

Al no tener nunca muy claro las fechas reales o, peor, al tener que cambiar, de un día para otro, las fechas previstas –algo que ocurrió en la edición del año 2005- se fueron por la borda seis meses de trabajo y la posibilidad de traer hasta la isla del Teide a dos autores americanos de primera fila. Al final, de una forma u otra, se lograba “salvar los muebles” y, durante los años 2004 y 2005 se desplazaron hasta Santa Cruz de Tenerife el guionista y dibujante Eric Shanower; el también dibujante y guionista Mark Crielly; el guionista, editor y escenógrafo David Maxine; y el colectivo eslovaco Stripburger. Estuvo bien poder contar con ellos, pero, en otra situación, podría haber estado mejor, mucho mejor.

Podría decir que ese detalle sumado a otra larga lista de inconvenientes, la cual pasaré por alto, en especial por educación, terminaron por demostrarnos que el interés “oficial” en el evento era cada vez menor y que, a la menor oportunidad, éste dejaría de existir. No estoy diciendo que el público no acudiera a las actividades; es más, en muchas ocasiones las expectativas se vieron ampliamente superadas. Lo que digo es que, quien financiaba todo aquel entramado, terminó por abandonar el proyecto y dejarlo morir, sin mayor explicación.

El tiempo ha demostrado que, por un lado, al Organismo Autónomo de Cultura ya no le cuadra en su programación llenar la Recova con dibujos, tebeos, machangos y cuatro locos que mejor se dedicaran a trabajar en algo serio (frase dicha durante el evento del 2005 por alguien que, como ven, no valoraba nuestro trabajo ni la importancia del arte gráfico) a pesar de las declaraciones oficiales lanzadas el pasado año tras un artículo escrito por el veterano y reconocido periodista Manuel Darias, en el que le sacaba los colores al Organismo Autónomo de Cultura.

En cuanto al “relevo generacional” éste se ha volcado, como es lógico, en organizar un Salón del manga, el cual cada vez gana más adeptos y trascendencia mediática. Para quienes asisten a encuentros como ése, el otro cómic –el cómic de superhéroes o las álbumes franceses- no molan nada, salvo Spider-man (en palabras de un niño de 11 años, durante el pasado Salón del manga de Barcelona 2008).

Visto lo visto, mucho tendrían que cambiar las cosas para que Santa Cruz de Tenerife volviera a tener un evento como el que tuvo durante catorce años. A pesar de los problemas ya comentados y el cansancio de sus organizadores, el encuentro se había convertido en todo un “clásico” dentro del circuito de salones españoles de cómic.

Las Palmas de Gran Canaria, con sus jornadas de Cómic, ha recogido una parte del testigo entregado por Santa Cruz de Tenerife, en especial en su parte organizativa, pero aún le falta el bagaje del encuentro tinerfeño. Además, las jornadas de Cómic de Las Palmas de Gran Canaria han surgido en plena crisis, por lo que su continuidad está en el aire.

Las Islas Canarias se quedarán, al final, sin ningún Salón de Cómic, que no Salón del Manga, justo cuando el noveno arte gana adeptos y reconocimiento en la sociedad del siglo XXI. Tiene gracia, después de todos los obstáculos salvados durante las últimas décadas. No obstante, así se escribe la historia y así se terminará por contar.

De lo que no tengo ninguna duda es de la profesionalidad, el empuje y el entusiasmo que emanaba de las personas que lograban transformar la Recova y sus alrededores en un fantástico y dinámico encuentro comiquero, durante los años que participé. Yo solamente me dedicaba a llenar las paredes y las vitrinas y, cuando me dejaban, a cansar al personal con las conferencias que programaba Patricio García Ducha.

Sirvan estas palabras como reconocimiento a todos ellos, muchos de los cuales son “sospechosos habituales” del Rincón de Ninguno.