Una vez presentada a la autora, es el momento de hacer lo propio con la obra. Aquí tienen ustedes el prólogo de La Princesa y el unicornio de madera. El resto, a un toque de ratón en nuestra sección de enlaces. De nada.
Khuanya estaba triste. Pero eso era ya algo normal en ella. De hecho, se había convertido en su rasgo más acentuado. En sus dieciocho años de vida, había sonreído tan pocas veces que se podían contar con los dedos de una mano y nadie la había visto nunca contenta, a pesar de que habían intentado divertirla de mil formas distintas.
Khuanya, la Princesa triste, así es como la llamaban en el reino. A pesar de tener todo lo que podía desear, no era feliz y nadie entendía por qué. Día tras día paseaba melancólicamente su belleza por los jardines del castillo. La inmensa desdicha que se alojaba en sus grandes ojos negros espantaba a todo aquel que los contemplaba. A pesar de ser una joven muy hermosa, la expresión de su rostro causaba horror en todos los que la rodeaban.
Pero la princesa no siempre había sido así. En su más tierna infancia había sido una niña totalmente normal, que reía continuamente. Siempre andaba de aquí para allá, correteando y jugando con los otros niños del castillo, la mayoría de ellos hijos de las damas de compañía de su abuela. Niños a los que no podría ni dirigir la palabra unos años después porque ya no se consideraría correcto.
Lo que más le gustaba en su niñez era escuchar cuentos, especialmente aquellos que hablaban sobre seres fantásticos y aventuras trepidantes. A su padre, el Rey, le encantaba verla sentada junto a él, con los ojos muy abiertos por la emoción, mientras le relataba por enésima vez la historia de su héroe preferido, el unicornio Byshael, también conocido como el Caballero de los Deseos. La pequeña Khuanya adoraba a este personaje, y siempre decía que cuando fuera mayor se iba a ir con él a vivir maravillosas aventuras como las de los cuentos.
Pero un día la princesita ya no quiso escuchar más cuentos. Cada vez que alguien intentaba contarle uno nuevo, la niña se iba sin decir nada. No volvió a imaginar que estaba con Byshael en lugares lejanos, ni a soñar despierta con mundos mágicos poblados por hadas, duendes, elfos y demás seres prodigiosos. Tampoco quiso jugar más con sus amiguitos. En lugar de eso, pasaba los días en su habitación, muy quieta en un rincón, sin hablar con nadie. Cuando salía, se iba sola a dar largos paseos por el jardín. Fue en aquellos días que dejó de sonreír. Nadie supo por qué, a partir de entonces ya siempre fue Khuanya, la Princesa triste.