Hace unos meses anunciamos que nuestra amiga Itahisa González había empezado un nuevo mini-relato, titulado Blanco puro. Ahora, en su nueva bitácora, lo ha concluido. Tienen la versión completa aquí, y nuevamente la introducción, acá:
Abrió lentamente los ojos.
Otra vez aquel maldito cielo blanco. Cómo lo odiaba.
Se sentó en el apestoso jergón que le servía de cama, con desgana, y se frotó los ojos. Mientras esperaba a que se habituaran a la luz, se miró las rodillas. Pequeñas costras de mugre marrón se pegaban a su piel, especialmente en los pliegues de la articulación, lo que le hacía parecer alguna clase de extraño y sucio reptil. Unos centímetros más allá, un bicho diminuto correteaba entre los pelos de sus piernas.
Estupendo.
Ahora no sólo necesitaba desesperadamente un baño, algo a todas luces imposible en aquel lugar, sino que además tenía parásitos.
«Las maravillas de la vida extraterrestre», pensó, con ironía.
-¡Ja! ‒dijo en voz alta, mientras se ponía en pie.
Abrió lentamente los ojos.
Otra vez aquel maldito cielo blanco. Cómo lo odiaba.
Se sentó en el apestoso jergón que le servía de cama, con desgana, y se frotó los ojos. Mientras esperaba a que se habituaran a la luz, se miró las rodillas. Pequeñas costras de mugre marrón se pegaban a su piel, especialmente en los pliegues de la articulación, lo que le hacía parecer alguna clase de extraño y sucio reptil. Unos centímetros más allá, un bicho diminuto correteaba entre los pelos de sus piernas.
Estupendo.
Ahora no sólo necesitaba desesperadamente un baño, algo a todas luces imposible en aquel lugar, sino que además tenía parásitos.
«Las maravillas de la vida extraterrestre», pensó, con ironía.
-¡Ja! ‒dijo en voz alta, mientras se ponía en pie.